Cuando nos hablan de la pandemia nos imaginamos la películas donde todos corren, se desesperan, piden auxilio, escapan de lo malo que está por llegar, buscan donde esconderse, se marean y no saben para dónde ir. Todo cambia cuando uno pasa a ser protagonista de aquello que nunca nos hubiésemos imaginado que a nosotros nos iba a suceder.
No se trata de correr, de desesperarse ni de buscar donde esconderse, aunque sí de escapar de lo malo que nos puede pasar y de cuidarnos en nuestras casas como si nos estuviéramos escondiendo de aquello que causa la pandemia.
Vivir la cuarentena significa aprender a transformar mi vida, ya sea, comunicándome con mi familia y amigos en forma virtual en lugar de reunirme con ellos; dejar de hacer lo que más me gusta, como el deporte por actividades que antes sólo eran de entretenimiento en una entre hora; estudiar a la distancia, a través de la computadora y solo, en vez de estar en un aula con mis compañeros y profesores; contener la ansiedad y las ganas de salir; buscar como alternativa de mis espacios fuera de mi casa aquéllos que ofrece mi casa y mis cosas; acostumbrarme a ver a mi familia todos los días, todo el día cuando antes solo los veía un ratito por día; encontrar en mi hermana la compañía que antes me daba un amigo; compartir con mis padres lo que antes compartía con otros; en fin, fue un transformar mi vida.
Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, ya que si bien no fue una elección -con lo cual tuve que cortar con cosas que me gustan mucho y me hacen bien, como hacer básquet, estar con amigos, hacer actividades extras, compartir con mis compañeros- por otro lado, puedo compartir más con mis padres y mi hermana, y tengo más tiempo para pensar en cosas que antes no tenía tiempo.
Opino que algún día va a terminar todo esto… ya volveremos a reencontrarnos, abrazarnos, a compartir la rutina, a salir sin problemas; pero creo que con otra valoración de las cosas, no dando todo por hecho y apreciando más todo.
Por Dylan Sánchez Atlas 4º año Taller de Periodismo